La había abandonado el día de su boda, sin explicación, sin carta, simplemente desapareciendo, dejando tras de sí un vacío y una pregunta que Elena había guardado en su corazón durante años. El secreto que había conservado desde aquel día se había convertido en su aliento y su carga. Y ahora, cuando el pasado debería haber quedado atrás para siempre, regresaba de repente, en la forma de un hombre al otro lado de la calle.

Frente al Hospital Memorial San Agustín, el aire cálido vibraba al ritmo de la ciudad: en algún lugar, los coches tocaban el claxon, una enfermera intercambiaba unas palabras con un guardia de seguridad, y el viento traía las risas de los niños y el aroma del jazmín de los macizos de flores. Elena caminaba despacio, empujando un cochecito triple, no solo doble, sino triple. Tres pequeños dormían bajo mantas finas, acurrucados, como si presintieran que el mundo era demasiado grande. Caminaba con la seguridad de una mujer que había superado el dolor, la soledad y las noches en vela.

Posted Under