Una niña pobre, llegando tarde a la escuela, encuentra a un bebé inconsciente encerrado en un auto de lujo. Rompe la ventana y corre al hospital. Al llegar, el médico cae de rodillas, llorando… Las calles de Buenos Aires resplandecían bajo el implacable sol del mediodía mientras Patricia Suárez, una joven de apenas 16 años, corría desesperada hacia su escuela.

Sus zapatos gastados golpeaban el pavimento mientras esquivaba a los transeúntes, sabiendo que esta sería la tercera vez que llegaba tarde en la semana.

El director había sido claro: una tardanza más y tendría serios problemas para conservar su beca.

“No puedo perderla”, murmuró entre jadeos, aferrándose a los libros usados ​​que tanto le había costado conseguir.

Su uniforme, heredado de una prima mayor, mostraba evidentes signos de desgaste, pero era lo mejor que su familia podía permitirse.

Fue entonces, al doblar la esquina hacia la Avenida Libertador, cuando lo oyó.

Al principio, pensó que era su imaginación, pero el débil llanto se hizo más claro. Venía de un Mercedes negro estacionado bajo el sol abrasador.

Patricia se detuvo en seco.

A través de los cristales tintados, distinguió una pequeña figura en el asiento trasero.

El llanto se había convertido en un débil gemido, apenas audible.

Sin pensarlo dos veces, se acercó al vehículo.

El interior del coche era un horno, y allí, en su silla de bebé, un bebé de no más de seis meses se retorcía débilmente, con la piel rojiza y cubierta de sudor.

«¡Dios mío!», exclamó Patricia, golpeando la ventanilla.

Buscó ayuda con la mirada, pero la calle, normalmente tan transitada, parecía desierta.

En ese momento, el bebé dejó de llorar y sus movimientos se volvieron cada vez más lentos.

La decisión fue instantánea.

Cogió un trozo de escombro del suelo y, cerrando los ojos, lo estrelló contra la ventanilla trasera.

El cristal se hizo añicos con un estruendo que pareció resonar por toda la calle. Las alarmas de los coches comenzaron a sonar mientras Patricia, ignorando los cortes en sus manos, extendía la mano a través de la ventana rota para agarrar al niño pequeño.

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