Una mujer poderosa empuja a un niño a un charco, pero la marca de nacimiento en su mano la paraliza de terror…

Habían pasado cinco años desde que la vida de Isabella Reed se derrumbó. Conocida en los círculos de Beverly Hills como una madre dulce y cariñosa, era solo una sombra de lo que fue desde el día en que su único hijo, Liam, fue secuestrado frente a su casa.

Sin pistas. Sin testigos. Sin nota de rescate. Como si se lo hubiera tragado la tierra.

Isabella lo había intentado todo: gastó millones, contrató a los mejores investigadores privados, hizo llamamientos públicos para encontrar testigos… Pero ninguna de estas pistas había logrado traer de vuelta a Liam. Poco a poco, el dolor se había transformado en frialdad. Su voz se había endurecido, su mundo se había reducido y había ocultado su pena tras impecables trajes y una máscara de poder.

Una tarde lluviosa en Manhattan, Isabella salió de su Rolls-Royce blanco frente a *Le Verre*, un restaurante de lujo frecuentado por celebridades y altos ejecutivos.

Llevaba un impecable traje blanco, confeccionado a la perfección. Cada gesto, cada paso, denotaba autocontrol.

Las aceras estaban repletas de transeúntes apresurados, resguardados bajo sus paraguas. Isabella se encontraba a pocos metros de la entrada cuando un niño pequeño, de unos nueve años, pasó corriendo con una bolsa grasienta llena de restos de comida en la mano. Su ropa, hecha jirones, estaba empapada; su cabello, pegado a la frente, parecía haber visto demasiado para su edad.

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