Se había convencido de que solo sería una noche. Tan solo una. Una noche para salvar una vida. Su dignidad, pensó, era un precio pequeño a pagar por su familia.
Más tarde, recostada en la amplia cama de su ático, sintió una amarga mezcla de alivio y culpa. A su lado, Marcus permanecía en silencio, impasible.
Quería creer que, tras aquella expresión impasible, se escondía un atisbo de compasión. Pero quizá solo fuera la mentira de un corazón desesperado.
Pero cuando regresó al hospital y vio la leve sonrisa de su madre, sin ser consciente del precio que había pagado, Laura se desplomó en el pasillo, abrumada por una mezcla de vergüenza y alivio.